martes, 30 de septiembre de 2014

PAULA


La hora de las tinieblas había llegado. Paula lo sabía; pero ya no podía hacer nada al respecto. Tenía que volver a su casa y era tarde. Después de medianoche, Floresta está fría en Lacarra y Tandil. Y el colectivo 7 no sale. Paula tiembla y espera que sea por el frío. No la ha acompañado nadie desde la parroquia Virgen de los Desamparados hasta la parada del 7. Ella lo ha preferido así, para evitar cualquier comentario. Después de la misa vespertina y después de la charla sobre Doctrina Social de la Iglesia, Paula apenas ha saludado a algunos de sus compañeros de Acción Católica, y se ha ido sola por la calle Fernández hasta la avenida Directorio, y después por Lacarra hasta Tandil. Tal vez se siente más sola porque no ha visto a quien deseaba ni en la misa ni en la charla. Otro muchacho se ha ofrecido para acompañarla; pero Paula se ha negado muy cortésmente, y se ha fugado en secreto. Pasadas las doce de la noche, el condenado colectivo azul y blanco no sale y en la calle parece que no hay nadie. Tal vez era mejor así, pensaba Paula, aunque quizás ella no veía a nadie; pero alguien sí la estaba mirando desde las sombras. A lo mejor los rumores sobre las cosas que pasaban en el Parque Avellaneda, se basaban en hechos verídicos después de todo. Y Paula tenía todo el oscuro parque a sus espaldas, frente a los colectivos inmóviles como nunca.Entonces Paula sólo tuvo una cosa en mente. La historia del sujeto que, según decían, merodeaba el Parque Avellaneda por las noches, preguntándole el nombre a las mujeres que encontraba en su camino. Y si ellas no respondían como él esperaba, las atacaba. A una señora que volvía desde el trabajo hacia su casa, según se corría la voz en el barrio, la había mordido violentamente en el cuello. Paula no había creído en aquellas cosas hasta aquella noche fría.El vampiro iba a atacarla en cualquier momento. El colectivo 7 saldría sin ella y su cena se enfriaría definitivamente. Paula estaba temblando aunque estaba bien abrigada. Deseaba con todas sus fuerzas que el cargoso de la parroquia a quien había desairado tan gentilmente después de la conferencia, se le apareciera de repente y se ofreciera nuevamente para acompañarla, de ser posible, hasta la puerta de su casa. Pero los dos hombres que aparecieron desde la esquina del parque, en Directorio y Lacarra, no eran del grupo de Acción Católica. Ahora Paula sí que estaba desamparada. Caminaban como si hubieran tomado demasiado; pero tal vez también estaban drogados. La cuestión era que se estaban acercando inexorablemente hacia la muchacha. Quizás aquél dúo inquietante seguía su accidentada marcha sin molestarla; pero Paula, al tenerlos más cerca, ensayó un alarido que nadie escuchó y, por un instante, se vió en las páginas policiales de los diarios matutinos. Iban a golpearla, iban a violarla y después iban a matarla, pensaba Paula. Y el colectivo iba a seguir allí enfrente, parado e indiferente. Encima, cuando ella estuviera agonizando y recordando su existencia, sobre llovido, mojado, iba a aparecérsele el vampiro para preguntarle su nombre con impaciencia. Pero los hombres ni la tocaron. En cuanto se le fueron encima, una enorme figura negra brotó desde el parque y los atacó a ellos. La sombra golpeó al asombrado par; pero no tuvo tiempo de violarlos ni de matarlos porque huyeron desesperadamente sobrios.Paula apenas podía creerlo. Aquél superhéroe tan oportuno tampoco parecía uno de los jóvenes de Desamparados, aunque estaba todo vestido de negro como el padre Astiguesta. El de: "¡No hay redención sin sangre!". Quienquiera que fuese aquella persona, había ahuyentado a los malvados y la estaba acompañando en silencio. En eso, un chofer salió de las oficinas del colectivo 7 y se acercó a un Mercedes Benz 1114. Paula iba a volver a su casa y no iba a salir en los diarios, y no iba a perderse su cena...Cuando se subió al colectivo, Paula suspiró hondamente. Sacó su boleto sin quejarse por la demora del servicio y se sentó atrás de todo. La ventanilla estaba abierta y se animó a mirar al extraño que la había ayudado y aún estaba en la parada. En cuanto le dió las gracias, el sujeto le preguntó su nombre. Paula, sobre el esperado colectivo que se iba lentamente, le contestó con un susurro. El hombre le sonrió y se perdió en la oscuridad del parque.