martes, 30 de septiembre de 2014

LA MITAD DEL TUNEL

Gabriel todavía creía que estaba atrapado en la mitad del túnel. La gente había había vuelto a subir y bajar los escalones grises entre los azulejos celestes. Desde Yerbal a Venancio Flores y desde Venancio Flores a Yerbal. A través del largo mingitorio de la Bahía Blanca subterránea. Algunas personas se quedaban mirándolo inquietas, ya que el joven se había sentado sobre un escalón mojado y no parecía haberlo notado, o lo que podía ser peor, no le importaba un comino haberse mojado los pantalones. Tal vez, hasta se había orinado encima; pero el chico no parecía un vagabundo. Gabriel había sido atrapado por el túnel y no había podido salir. Había caído, ingenuamente, en las fauces de la magia de Floresta. Después de los mosaicos contra las ventanas. Después del borracho golpeado por el tren. Después del cántico escolar en medio de la noche. Gabriel había querido cruzar de un lado a otro; pero no se había dado cuenta de que atravesaba el túnel por primera vez. En cambio el túnel, lo supo en cuanto el joven estudiante secundario, alumno del Larroque, pisò el primer escalón para entrar en él.Gabriel descendió hasta el fondo rojizo y, al llegar a la mitad del túnel, no pudo seguir. Algo se lo impidió. La gente desapareció y el exterior cambió. A ambos lados Floresta era otra cosa. Tal vez, de un lado estaba el pasado y del otro el futuro. Tal vez, de un lado estaba la muerte y del otro la vida. El túnel era una inexplicable e ineludible trampa pascual. Y la parálisis del medio del pasaje tenía que ver con la elección necesaria entre las diferentes ofertas que parecían aguardar en el exterior. Gabriel lo entendía; pero no podía ni quería aceptarlo. El sólo había querido salir a Floresta Norte; pero el túnel lo había detenido. Apenas por unos instantes que le parecieron eternos como el infierno e intensos como el purgatorio. En un momento hasta había pensado que todo era un ridículo sueño, o alguna inexplicable alucinación; pero aquello era pura magia barrial. Floresta y su mundo.Y Gabriel quería salir de allí abajo. Seguir adelante o volver atrás; pero indiscutiblemente hacia afuera.Y lo peor era que no había allí ninguna ayuda. Ninguna pista. Ninguna señal. Hasta que comenzaron a aparecer las personas que, cotidianamente iban de un lado al otro, por aquél oloroso y húmedo lugar. Entonces Gabriel supo que podía hacer lo que quisiera. De alguna manera, había elegido un camino y el túnel lo había liberado. La gente lo miraba, y él aún no estaba convencido del todo sobre qué era la realidad y qué la nada.Cuando Gabriel se puso de pie y se apuró a salir hacia Yerbal, tuvo que deshechar la desagradable sensación de haber vuelto sobre sus pasos y haber retrocedido. En realidad, creía haber hecho lo correcto, aunque no entendía lo que le había ocurrido. Se sentía como si lo hubiera atropellado un camión a gran velocidad en la ruta. De todas formas, lo que hubiera sido, no le había dolido tanto. Aunque estaba mojado y se sentía un poco más sabio. Ni siquiera recordaba qué era lo que había querido ir a hacer del otro lado del túnel.Los colectivos 85 y 114, que lo dejaban en la esquina de su casa en la calle Miranda, rara vez se detenían en medio de las vías, donde se cruzan Mercedes y Segurola, a dos cuadras del pasaje pascual.